Había una vez una pareja recién casada que decidió salir de Barcelona para iniciar su vida en un lugar más tranquilo, cerca de las montañas. Se instalaron en una pequeña villa entre Barcelona y Girona, a los pies del Montseny y el Montnegre. ¡Un lugar perfecto!

Se llamaba Sant Celoni, una villa medieval del siglo XI que estuvo amurallada en diversas etapas. Todavía se pueden ver trazos de su historia.

Imagínense en esa época a los viajeros entrar con los carros y detenerse aquí para pasar la noche y poder seguir su trayecto al otro día. Uno de los «logotipos» más antiguos que se conservan es el de un herrero (1589) ¿Cuántas reparaciones habrá hecho a esos viajeros?

Su primera iglesia fue la de Sant Martí de Pertegás. Años después se construyó una pequeña capilla al pie del camino real dedicada a Sant Celdoni (de ahí el nombre de la villa) lo que hizo que se formara un pueblo a su alrededor.

Siglos más tarde construyeron una nueva en el centro, la Iglesia de Sant Martí de Sant Celoni. Nos impactaron sus esgrafiados desde la primera vez que los vimos, son de 1762, de los mejor conservados en todo Catalunya.

Este lugar se convirtió en nuestro hogar desde el primer día, aquí empezamos a ser padres y con nuestra hija fuimos descubriendo lugares para compartir con ella: el jardín de la Rectoría Vella, donde empezó a gatear, el parque con los plataneros que en verano nos regalaban su sombra, la riera de Pertegás para meter los pies y lanzar piedras. El «brinca brinca» de la calle Major de Dalt, ¡cuántas tardes pasamos en la biblioteca compartiendo libros, cuentos y juegos con otras familias!

La plaza de la Vila, un punto central para todos, dependiendo del día y la hora, es un espacio cambiante y lleno de encuentros: personas mayores en las bancas conversando, niños con patinetes y pelotas jugando, miércoles de mercado celebrado ¡desde hace 863 años!. Y el escenario de una las fiestas más especiales de la villa «El baile de gitanas«, con alegría, música en vivo y movimiento que contagian a todos.

Y ¿Qué hay de los olores? El olor a tilos de la plaza del Bestiar, a castañas tostadas en otoño y a leña por las calles en invierno.

¡Este lugar nos ha dado tanto! Aprendizajes en la paternidad y maternidad, calidad de vida, momentos únicos en la naturaleza, amistades tan fuertes que hasta nos hemos llamado «La Tribu», amabilidad y cercanía en el día a día creando un ambiente familiar con la gente del pueblo.

Nunca olvidaremos la calidez del Metric, los primeros pasos de nuestra hija en el Blauet y los segundos en el Avet Roig, los domingos por la mañana viendo a los niños jugar fútbol en el campo, las noches de madres reunidas para regalarnos risas y complicidad, los picknicks, los paseos en bici, La Copistería, los momentos en el huerto en familia y con grandes amigos…

Gracias Sant Celoni, seguimos nuestro viaje pero ¡nos volveremos a ver muy pronto!

 

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